
A veces, dentro de lo rápido que estamos viviendo, logramos tener momentos en nuestra vida diaria en los que alcanzamos a pensar: « Ay, ¡déjame tomar una foto! » Es así como logramos capturar parte de nuestra cotidianidad. Lamentablemente, muchas veces olvidamos algo muy importante: tomarNOS fotos durante nuestra cotidianidad. Sí, olvidamos aparecer en nuestras propias fotos. A menos que seas un/a master del Selfie, es muy probale que, si ahora mismo echas un vistazo a la galería de fotos de tu teléfono, notes que apareces muy poco en ellas. Esto no solo te sucede a ti… La mayoría de las personas se concentran en capturar fotos de sus seres queridos y, mientras ellos quedan inmortalizados, los « fotógrafos » de la familia quedan fuera de la historia visual familiar.
Claro, esto no es algo que hacemos a propósito. Desde pequeños aprendemos lo chévere que es tomar fotos y/o mirarlas. Muy pocas veces se nos habla de la persona que toma las fotos o se cuestiona si quien tomó la foto también aparece en ellas. Eso ha hecho que nos perdamos fácilmente detrás del rol de observadores y olvidemos que, algún día, esas fotos no serán solo para otros sino también para nosotros mismos quiénes vivimos esos momentos compartidos.
En varias ocasiones he trabajado con familias que atraviesan procesos de duelo y es entonces cuando he visto que estas ausencias son más evidentes. Sobre todo hijos buscando fotos de mamá, pues entre las fotos encuentran muchas de ellos pero no de ella. ¡Sorpresa! Mamá era la fotografa de la familia, ella tomaba fotos pero no se tomaba fotos. Es momento de entender que nosotros mismos también somos parte importante de las fotos que tomamos.
Pasa también que a veces no nos tiramos fotos porque no nos gusta. ¿Por qué nos cuesta tanto aparecer en las fotos? Quizás sea porque no nos sentimos cómodos con nuestra imagen. Tal vez no nos gusta cómo luce nuestro cabello, pensamos que no estamos perfectos o nos decimos que « mejor me la tomo luego, cuando esté en mi mejor versión ». Sin embargo, lo que muchas veces olvidamos es que nuestros seres queridos no miran, ni mirarán, nuestras fotos buscando perfección. Ellos verán amor, verán momentos compartidos, verán autenticidad. Tu presencia en las fotos no tiene que ser perfecta porque lo que realmente importa es que estés ahí.

Piénsalo por un momento: ¿qué pasaría si alguien buscara recordarte a través de una foto y no pudiera encontrarte en ellas? Una foto es más que una imagen; es una prueba de que estuvimos aquí, una prueba visible de nuestra existencia. Es un testimonio de nuestras conexiones, de nuestra energía y de nuestra capacidad de amar. Cuando te ausentas de las fotos privas a los demás de ese recuerdo físico de ti, pero también te privas a ti mismo de la oportunidad de mirar hacia atrás y ver tu propia vida desde una perspectiva diferente.
La próxima vez que vayas a tomar una foto detente un momento y piensa: ¿cómo puedo estar también en ella? Si nadie más está dispuesto a tomar el papel de fotógrafo, no temas usar el temporizador de tu cámara o pedirle a alguien que tome la foto para que también estés. Aunque pueda parecer incómodo al principio, estar en esas fotos tiene un valor incalculable para ti y tus generaciones futuras. Con el tiempo, esas imágenes se transformarán en algo más profundo: ellas serán la prueba de que amaste, compartiste, reíste y viviste.
A partir de hoy te invito a salir de detrás de la cámara y atreverte a ser parte activa de tu patrimonio fotográfico familiar permitiéndote existir en esas imágenes que, con el tiempo, se convertirán en consuelo, refugio y una forma de mantener viva tu presencia. Las fotos son un legado para el futuro, una manera de asegurarte de que cuando alguien mire atrás, estés ahí, presente, tal como eres hoy.
Y recuerda, cuando sales en la foto dejas que tu esencia trascienda más allá de los recuerdos que quedan en el corazón y también en las historias que las fotos cuentan. Historias familiares que, querido/a lector/a, no estarían completas sin ti en ellas.
Un abrazo,
Milaysha